La escuela ya no es la misma, y los chicos tampoco
Es un hecho: los dispositivos móviles llegaron para quedarse. No solo están en los bolsillos, también están en el centro de la vida cotidiana de niñas, niños y adolescentes. El celular dejó de ser un lujo para transformarse en una herramienta de uso constante. ¿Qué hacemos, entonces, con esta realidad dentro del aula?
La tentación de prohibirlos parece lógica: evitan distracciones, ordenan el ambiente y ayudan a sostener la atención. Pero detrás de esa aparente solución se esconde una pregunta más profunda: ¿estamos educando para el presente, o para una escuela que ya no existe?
De la distracción al aprendizaje: el desafío de integrar
El celular en clase puede ser una amenaza... o una oportunidad. Todo depende del enfoque. En algunos colegios de Córdoba, por ejemplo, los docentes ya están utilizando los teléfonos para realizar proyectos audiovisuales, investigaciones colaborativas y hasta para aprender a programar desde apps gratuitas.
Un caso reciente es el de la Escuela Secundaria IPEM 200 de La Falda, donde se implementó un proyecto de geografía usando Google Maps y fotos tomadas por los alumnos con sus celulares para armar recorridos virtuales por barrios y rutas turísticas. El resultado: mayor motivación, participación activa y aprendizaje significativo.
Lo que suma, y lo que distrae
Claro que no todo es ideal. Cuando no hay planificación ni reglas claras, el celular puede convertirse en un verdadero enemigo de la concentración. TikTok, mensajes, memes, juegos... la distracción está a un clic de distancia.
Muchos docentes advierten que el uso irrestricto dificulta el ritmo de la clase, rompe la dinámica de grupo y puede generar situaciones incómodas, como grabaciones indebidas o difusión de contenidos sin consentimiento. La clave, insisten, está en regular su uso con criterio, no en eliminarlo completamente.
Un mapa desigual: tecnología y brechas
Otro tema que no se puede ignorar es la desigualdad en el acceso. No todos los estudiantes cuentan con dispositivos actualizados, buena conexión a internet o datos móviles. Esto se evidenció de forma brutal durante la pandemia, y sigue siendo un problema en muchas escuelas públicas del interior.
Incluir el celular en las dinámicas escolares exige considerar esta brecha. De lo contrario, lo que se presenta como inclusión digital termina acentuando exclusiones sociales ya existentes.
Educar no es prohibir: es formar
Expertos en pedagogía coinciden en que el gran desafío no es evitar la tecnología, sino enseñar a usarla con sentido. Se trata de generar conciencia sobre el tiempo frente a las pantallas, la calidad de los contenidos que consumimos y la importancia de proteger los datos personales.
También implica revisar la manera en que enseñamos. Si el celular “compite” con la clase, tal vez sea hora de preguntarse por qué. ¿Qué motiva más: una fotocopia o una producción audiovisual hecha por el propio estudiante? ¿Una clase magistral o un juego interactivo donde hay que tomar decisiones en grupo?
Los adultos también necesitamos aprender
No solo los jóvenes tienen que adaptarse. Muchos docentes reconocen que, aunque les interesa usar herramientas digitales, no siempre cuentan con la formación necesaria o el respaldo institucional para hacerlo. La capacitación docente en entornos digitales es clave, y debe ir acompañada de una política educativa clara y sostenida.
Las familias también juegan un rol importante. Acompañar no es controlar todo el tiempo, sino generar espacios de diálogo sobre cómo, cuándo y para qué usamos el celular. Es un proceso de aprendizaje compartido, donde chicos y grandes tienen mucho para enseñarse mutuamente.
¿Y ahora qué? Construir acuerdos, construir futuro
La respuesta no es una sola. Cada escuela, cada docente y cada comunidad educativa debe encontrar su propio camino. Lo esencial es abrir el debate, construir acuerdos, definir normas claras y diseñar actividades que aprovechen lo mejor de la tecnología sin descuidar lo humano.
La educación no puede ni debe estar a espaldas del mundo real. Y hoy, el mundo real está lleno de pantallas. La clave está en cómo las usamos.
El celular no enseña, pero puede ayudar a enseñar
La herramienta no educa sola. El contenido, el criterio y el vínculo siguen siendo lo central. Pero negar el celular en la escuela es como negar el lápiz en otra época: un error de perspectiva.
El verdadero desafío no es tecnológico, sino pedagógico. No se trata de prohibir o permitir, sino de construir juntos una nueva forma de aprender, donde el celular deje de ser una amenaza y se convierta en un puente entre el conocimiento, la creatividad y la vida.