Las imágenes del fuego avanzando sobre la Pampa de Achala son un golpe al corazón de todos los que amamos las sierras. Mientras el trabajo heroico de bomberos y brigadistas ocupa los titulares, una vez que el humo se disipe, nos quedará la tarea más difícil: entender la lección silenciosa que nos dejan las cenizas.
El origen del incendio, un desperfecto en un auto particular, podría ser catalogado por muchos como un simple accidente, una fatalidad. Sin embargo, reducirlo a eso sería quedarnos en la superficie y perder una valiosa oportunidad para reflexionar. Porque si bien una falla mecánica puede ser impredecible, la vulnerabilidad del entorno no lo es.
El fuego no comenzó en el corazón inaccesible del Parque, sino en uno de sus puntos de mayor contacto con nosotros: un estacionamiento. Este hecho, aparentemente menor, debería convertirse en el centro de nuestro análisis. Un área de servicio en un entorno de altísimo riesgo ecológico no es un simple espacio para dejar autos; es una infraestructura crítica donde la prevención debería ser la máxima prioridad.
Esto nos obliga a plantear preguntas que van más allá de buscar culpables. ¿Están estos puntos de acceso y concentración de público diseñados bajo una lógica de gestión del riesgo? Un estacionamiento repleto de vehículos bajo el sol serrano, con sus tanques de combustible y sistemas eléctricos, se convierte en una zona de riesgo concentrado. Ante esa realidad, cabe preguntarse: ¿Contaba el lugar con las medidas mínimas para una respuesta inmediata? ¿Un plan de contingencia? ¿Personal de vigilancia con capacidad de reacción? ¿Tan simple como una red de extintores a mano que pudieran haber ahogado el problema en su primer minuto?
No se trata de restringir el acceso a nuestras maravillas naturales, sino todo lo contrario. Se trata de garantizar que el disfrute del público sea sostenible y seguro, tanto para las personas como para el ecosistema que van a visitar. La crisis climática ya no es un concepto abstracto; es una realidad que se manifiesta en sequías más largas y condiciones más propensas a los incendios. Nuestros protocolos y nuestra infraestructura deben evolucionar a la misma velocidad.
El incendio en la Quebrada del Condorito es una tragedia ambiental, pero puede ser también un punto de inflexión. Una llamada de atención para que empecemos a ver esos "detalles" —un estacionamiento, la falta de un matafuegos, la ausencia de vigilancia activa— no como elementos secundarios, sino como el primer y más importante frente de defensa de nuestro patrimonio natural. Porque el fuego más difícil de apagar es el que se enciende por una falla en nuestra capacidad de prever.